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Teo

Tonatiuh Tlacaélel Ruiz Rosas


Teo

Aún conservo mi peluche. Es un conejo azul con la marca del banco donde lo compraron en la pata derecha. Recuerdo que mi mamá me preguntó qué quería y yo, en vez de pedirle una nieve, le pedí aquel peluche de mala calidad. Eso fue antes de que me llamaran “joven” y muchísimo antes de querer tocar el cuerpo de una mujer. Me encantaba ese conejo. Mi mamá lo caracterizaba: con él me regañaba, me felicitaba y me daba cariño. Ella lo nombró Teo. Quiero recordar la última vez que mi mamá interpretó a Teo, la última vez que lo abracé para buscar calor, pero por más que lo intento no lo consigo. A veces, cuando estoy solo y nadie me ve, le pongo voz, pero no es lo mismo. Sin ella Teo no es el mismo. Ahí está, en un rincón de mi librero, solo, recordándome su ausencia. Algún día, cuando un sobrinito lo tome y lo rompa o simplemente se pierda, ella sólo estará en mi recuerdos, que con el tiempo también se desvanecerá.


Entre estrellas, sueños y pesadillas

Estaba sentado. ¿Qué veo?, me pregunté. Las constelaciones, los planetas, el vacío; desde la luna todo es tan claro. Estaba cansado de brincar de estrella en estrella: si tocaba el vacío, perdía; ese era mi juego preferido.

Mientras veía el infinito un planeta se cruzó, uno azul. Me acerqué más y más. Cuando vi a los humanos descubrí que eran tan tristes, todo el tiempo intentando sobrevivir. Moví unos cuantos hilos para que, cuando cerraran sus ojos y descansaran, alcanzaran sus mayores anhelos.

Pasaban los años y cuando no jugaba por la Vía Láctea veía a los humanos y sus sueños, cada uno más fascinante que el anterior; algunos incluso me asombraban.

Después de la muerte y el nacimiento de incontables estrellas todo se volvió aburrido. Dejé de saltar entre estrellas para observar todo el tiempo a la humanidad. Sus sueños, después de tantos años, se repetían una y otra vez: ambición, poder… todas las noches lo mismo.

Me hastié y moví nuevos hilos. Ahora, cuando cerraran los ojos, se encarnarían sus miedos más profundos. Desde ese momento todos comenzaron a temer la hora de dormir. Llegó la época oscura y me volvieron a interesar.

Pero cierto día miré a un niño brincando de tronco en tronco intentando, por un momento, divertirse. Al observarlo, un recuerdo añejo me sacudió. Me arrepentí de mis actos y permití que volvieran a los hombres las noches buenas. Así, los sueños se volvieron más preciados porque también existían las pesadillas.


Jumb35

SalvARTE: música y poesía

Roberto García Lara